jueves, 16 de diciembre de 2010

Lecturas del día Diciembre 2010

17 DE DICIEMBRE 2010. VIERNES. III SEMANA DE ADVIENTO. 3ª semana del Salterioi. (Ciclo A). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. MES DEDICADO A LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA Y LA SANTA INFANCIA DE JESÚS. SS. Juan de Mata pb, Modesto ob.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Gn 49,1-2.8-10: “No se apartará de Judá el cetro”
Sal 71: Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente
Mt 1,1-17: “Genealogía de Jesús, Mesías, hijo de David”
El evangelio de Mateo pretende convencer a los judíos de que Jesús es el Mesías. Los judíos, sobre todo después del destierro, dieron gran importancia a las listas de antepasados (genealogías). De esta manera se pretendía mostrar la pertenencia al pueblo de Israel, a una tribu y familia determinada. En el caso de Jesús se da especial importancia al hecho de ser descendiente de Abrahán y, especialmente, de la familia del rey David, para que así “se cumplieran las Escrituras”.

A Abrahán le había hecho Dios promesas de bendición para sus descendientes y para todas las naciones. La nueva familia de Abrahán salió en busca de una tierra justa y libre. La obra que comenzó Abrahán la debió completar David, pero éste condujo al pueblo a una situación que terminó en la división, la esclavitud y el exilio. A Jesús, descendiente de estas dos nobles figuras, le corresponde llevar la obra de Dios a su término: el reinado de Dios.

Jesús es el depositario de la acción histórica de Dios para con Israel. Es el Mesías que creará un cambio de mentalidad en aquéllos que escuchen su palabra. Y nosotros ¿cómo estamos reconociendo la acción liberadora de Dios, a través de Jesús, en nuestra propia historia?

PRIMERA LECTURA.
Génesis 49, 1-2.8-10
No se apartará de Judá el cetro
En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo: "Reuníos, que os voy a contar lo que os va a suceder en el futuro; agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos, se postrarán ante ti los hijos de tu padre. Judá es un león agazapado, has vuelto de hacer presa, hijo mío; se agacha y se tumba como león o como leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 71
R/.Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.

Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre. R.

Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.

Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 1,1-17
Genealogía de Jesucristo, hijo de David
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.

David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.

Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce.

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Génesis 49,1-2.8-10. No se apartará de Judá el cetro.
"Dios dijo a Israel: Jacob, Jacob.

Respondió: Aquí estoy".

Oírse llamado por su nombre y contestar manifestando nuestra disponibilidad.

Es el resumen exacto de la fe, que es respuesta a una llamada. Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle? Cada instante nos aporta una llamada de Dios. Casi siempre hacemos oídos sordos.

"No temas bajar a Egipto. Porque allí te convertiré en un pueblo numeroso. Yo bajará contigo a Egipto y yo te haré subir".

Si confiamos en Dios, también confiamos en el porvenir. La fe y el miedo al futuro. Hoy que vivir el presente. El porvenir está en manos del Padre.

No todo será color de rosa en esa aventura que empieza hoy. Pasados algunos siglos el viento de la historia habrá cambiado de rumbo y los descendientes de Jacob clamarán desde el fondo de su esclavitud (Ex 02, 23-24).

Entonces cumplirá Dios por medio de Moisés esta promesa. "Yo te haré subir".

José, vendido como esclavo a los egipcios llegó a ser el primer visir del Faraón. Se dio a conocer a sus hermanos, venidos a mendigar trigo en unos años de hambre. Se lo perdonó todo y les pidió incluso que su padre Jacob se instalara en Egipto con toda su familia.

Toda esta historia se contaba de boca en boca en Israel, antes de quedar escrita. Todo un pueblo se consolidaba así con los recuerdos comunes... que explicaban el curso de la historia de Israel.

-Partió Jacob a Egipto con todo lo que poseía. Cuando llegó a Bersebá ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac.

Esos nómadas que se desplazan todavía mucho, no llegan nunca a una etapa importante sin «ofrecer un sacrificio».

¿Procuramos también señalar así las etapas de nuestras vidas ?

-Dijo Dios a Jacob en visión nocturna: "¡Jacob! ¡Jacob!" Respondió: «¡Heme aquí!»

Oírse llamado por su nombre.

Contestar manifestando nuestra disponibilidad.

Es el resumen exacto de la fe, que es respuesta a una llamada, Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle? La relación a Dios por su parte es siempre abierta, ofrecida gratuitamente. Pero, a veces, hacemos oídos sordos. Gracia y Libertad. Don de Dios aceptado o rechazado. HOY todavía me llama Dios por mi nombre.

"Cada instante me aporta una llamada de Dios. ¿Cómo corresponderé a ella?"

-"No temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, Yo mismo te subiré también y José te cerrará los ojos."

Es evidentemente una historia escrita a destiempo, cuando los hechos hubieron confirmado esa predicción.

Pero no es necesario ver milagros es esas «visiones» y esas «profecías». Todo ello pudo suceder también de modo muy natural, algo así como nos pasa también a nosotros en algunas etapas importantes de nuestra vida en que «confiamos en Dios, confiando en el porvenir»: ¡esto es propiamente la esperanza!

Señor, líbranos de la obsesión del miedo al futuro. «Bastará a cada día su trabajo», dirá Jesús. Hay que vivir al día. El porvenir está en manos del Padre. «Estoy contigo», decía el Señor a Jacob. ¿Creo yo profundamente que Dios está conmigo?

Y Jacob marchó a Egipto con toda su familia.

Sabemos que no todo será color de rosa en esa aventura que empieza hoy. Pasados algunos siglos el viento de la historia habrá cambiado de rumbo y los descendientes de Jacob clamarán desde el fondo de su servidumbre (Éxodo 2, 23-24). Entonces será preciso que Dios vuelva a intervenir, esta vez por medio de Moisés, para sacar a su pueblo de la esclavitud.

«Basta a cada día su trabajo.»

De nada sirve vivir "ayer" o «mañana», hay que vivir «hoy». «El mañana se preocupará de sí mismo.» (Mateo 6, 34)

José salió al encuentro de su padre y viéndole se echó a su cuello, le abrazó y lloró largamente.

En filigrana, tras las «historias» del Antiguo Testamento, se perfilan ya otras del Nuevo.

José vendido por sus hermanos, a quienes salva luego, prefigura a Jesús.

Los reencuentros del hijo con su padre, prefiguran la aventura de los hombres reconciliados con su Padre.

Sigue la alegría al sufrimiento: es ya una cierta «pascua».

Comentario del Salmo 71. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde. eternamente 
Es un salmo real, pues tiene la persona del rey como su centro de atención. Se pide a Dios que le conceda al monarca la capacidad de juzgar con justicia, según los designios divinos.

Este salmo no presenta una división clara. Se puede apreciar una petición, seguida por una serie de motivos o consecuencias. El final es claramente un himno de alabanza que concluye el segundo libro (Sal 42 – 72), según la propuesta de dividir los salmos en cinco libros.

A pesar de lo dicho, vamos a dividir esta pieza en seis partes:

La primera parte, hace las veces de introducción. Hay una petición a favor del rey, que pone de manifiesto la principal característica de su gobierno: hace justicia a los pobres, instaurando, de este modo, la paz. La paz, por tanto, es fruto de la justicia. Cuando la autoridad política (rey) practica la justicia, el pueblo desea que su administración dure para siempre.

La segunda parte el pueblo creía que el sol y la luna no iban a desaparecer nunca. Analizando la naturaleza, descubrió que jamás han faltado la lluvia y las lloviznas. Desea, por tanto, que la autoridad política actúe del mismo modo, esto es, que haga germinar y florecer la justicia en el país. Una autoridad política comprometida con la justicia es un elemento que garantiza la fecundidad y la vida para el pueblo.

La tercera parte contempla la política internacional de la autoridad política: defiende el territorio nacional, dominando a los enemigos del exterior y cobrándoles tributo. Aquí predomina una visión imperialista.

La cuarta parte se ocupa de nuevo de la política interior. ¿Qué es lo que tiene que hacer el rey? Cuidar del indigente y del pobre, haciéndole justicia, convirtiéndose en su protector y defendiéndoles de quienes los tratan con violencia. El rey ha de optar por los débiles, los indefensos y los pobres.

La quinta parte retoma los temas de la segunda (duración, fecundidad), añadiendo otros nuevos, como la cuestión del tributo que pagan los pueblos dominados y el tema de la bendición. El rey justo es fuente de bendición para todos los pueblos, a semejanza de Abrahán.

La sexta parte es una breve bendición dirigida al Señor, que confía al rey la misión de gobernar con justicia y con derecho, realizando maravillas en medio del pueblo. De este modo, Dios será conociendo y reconocido en toda la tierra. Estos versículos se añadieron posteriormente como conclusión del segundo libro de los cinco en que se dividen los salmos.

Este salmo habría nacido, con toda probabilidad, con motivo de la entronización del rey, la autoridad política suprema del pueblo de Dios desde que concluyó el sistema de las tribus y hasta el exilio de Babilonia (de 1040 a 586 A.C.). La misión del rey consistía, básicamente, en administrar justicia, defendiendo al pueblo de las agresiones internacionales (política externa) y de las injusticias dentro del País (política interna). Este salmo revela el tipo de autoridad política que desea el pueblo: alguien profundamente comprometido con los indefensos, a los que protege como si el mismo Dios de la Alianza estuviera actuando por medio de las manos del rey.

El salmo muestra que la situación social, en el momento de la toma de posesión del nuevo rey, es dramática: hay pobres cuyos derechos están siendo pisoteados; hay indigentes a los que se explota junto con sus hijos, lo que viene a indicar que no hay justicia en el país. Los pobres claman y los indigentes no tienen protector. Hay débiles e indigentes necesitados de salvación. Todo ello porque la sociedad está dividida entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles. Los poderosos son astutos y violentos, y el rey no impone la justicia, seguirá derramándose la sangre de los inocentes sin que nadie haga nada para evitarlo. El conflicto social interno es grave.

Si miramos más allá de las fronteras de Israel, la situación internacional está también necesitada de una intervención del nuevo rey a favor de la justicia. Se habla de los rivales y enemigos del rey, también enemigos, por tanto, del pueblo de Dios, se hace mención de los reyes de Tarsis, Saba y Arabia, así como de los jefes de estado de todo el mundo. Desde la concepción imperialista de este salo, la dominación de estos pueblos hará que todo el mundo conozca y reconozca al rey de Israel y al Dios que representa. Hoy resulta un tanto extraño imaginar que el dios de un rey dominador e imperialista pueda ser el dios de todos los pueblos. Defendiendo las fronteras de su país contra las agresiones internacionales y defendiendo al pueblo de la violencia de los poderosos, el rey instaura una era de justicia que trae el florecimiento de la paz. La tierra reacciona con sus frutos, pues la justicia es fuente de vida y de fecundidad para el pueblo.

Los salmos reales, como ya hemos visto, vienen cargados de ideología, pues surgieron en un contexto vinculado a la monarquía y al palacio real. A veces podemos tener la impresión de que, en estos salmos, no es el rey el que cumple la voluntad de Dios, sino que el Señor es quien se somete al capricho del soberano. A pesar de lo cual, la imagen que este salmo nos da de Dios resulta de gran interés, pues sigue siendo el Dios de la Alianza que, mediante las acciones del rey, hace justicia al pueblo defendiendo a los pobres, protegiendo a los indigentes, convirtiéndose en el protector de los abandonados contra los opresores y los violentos. En tiempos de la monarquía, la tierra de Israel se había convertido en un nuevo Egipto. Dios quiere ser nuevamente el libertador, obrando por medio del rey, un rey que, ahora, se convierte en un nuevo Moisés y en un nuevo Abrahán. Poco a poco, estos salmos fueron ampliando el horizonte, a la espera de ese rey ideal, sobre todo después del exilio babilónico, cuando ya no había rey, y después de que el pueblo hubiera descubierto que la monarquía fue el principal responsable del cautiverio en Babilonia.

El Nuevo Testamento vio en Jesús a ese nuevo rey, capaz de hacer justicia e inaugurar el reino de Dios. Jesús dijo a Pilato que su Reino no era de este mundo, no para afirmar que reinaría en otro planeta o en otra dimensión, sino para mostrar su nueva concepción del poder y de la justicia. Siguiendo esta nueva concepción llegaremos a la concreción del reino de Dios.

Este salmo se presta para reforzar nuestra conciencia de ciudadanos comprometidos con una sociedad justa, solidaria e igualitaria. No basta con rezar por los gobernantes. Nuestra oración ha de venir acompañada por una postura política adecuada, la conciencia que viene de nuestra condición de ciudadanos. Podemos rezarlo cuando queremos que “venga a nosotros su Reino”; cuando soñamos con una sociedad justa, con la paz internacional, con la libertad de los pueblos.....

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 1,1-17. Genealogía de Jesucristo, hijo de David.
Mateo comienza su evangelio con el « libro de las generaciones de Jesús» (literalmente), y narra los orígenes humanos del segundo Adán. Comienzan con Abrahán y concluyen con «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (v. 16). El evangelista al presentarnos una síntesis de la historia de la salvación, cuya meta es la figura de Jesús-Mesías, divide la historia en tres grandes períodos: Abrahán, David, el destierro. A pesar de la monotonía del texto y el carácter artificial y rígido de los nombres que se suceden, el texto presenta un valor teológico relevante, ofreciéndonos la genealogía del que será protagonista del evangelio. Se afirma, confirmando las promesas proféticas (cf. Gn 12,3; 2 Sm 7,1-17), que Jesús desciende de Abrahán de David y, por consiguiente, posee las bendiciones y la gloria de los antepasados.

Además, puesto que sus raíces se hunden en la historia humana y en el pueblo hebreo, goza de las condiciones necesarias para ser el Mesías esperado por las naciones, que anuncia e inaugura el reino de Dios. Este reino posee, sobre todo, la universalidad de la salvación en la persona de Cristo, que Mateo quiere resaltar con la presencia de cuatro mujeres, o extranjeras o pecadoras: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé. El Mesías, de hecho, al venir a los hombres, no dudó en asumir la fragilidad humana, cubierta de oscuridad, para revestirla de su luz inmortal. La salvación se brinda no sólo a los justos, también a los pecadores.

Hoy iniciamos los últimos días de preparación a la Navidad. La liturgia nos plantea una pregunta: ¿Cómo nos estamos preparando para acoger al que viene a nosotros? Jesús es el Mesías, el verdadero descendiente de Judá, heredero de las promesas que Dios había hecho a Abrahán, renovado a David y todos sus descendientes. En realidad la figura de Judá es el eslabón que une la primera lectura del Génesis y el evangelio de Mateo. Cristo, el segundo Adán, ha entrado en nuestra vida humana, marcada por el pecado, el dolor y la muerte, por la desobediencia de nuestros primeros padres, no para castigar a la humanidad, sino para transformarla y reconducirla a la amistad con Dios, tal como era su proyecto original. Toda la historia de Israel es el testimonio de anuncio de la venida de un redentor, esperado por los hombres como cumplimiento de la promesa: toda la ley está preñada de Cristo. En Jesús, Dios se ha hecho hombre, el sueño se hace realidad. El Dios con nosotros se ha hecho el Dios por nosotros, a pesar de nuestra infidelidad y el ser remisos a acogerle.

Nosotros formamos parte de esta historia que nos vincula estrechamente con Abrahán y David, hilo de oro que con frecuencia hemos roto con nuestro pecado y que Dios reanuda en Jesús, acercándonos cada vez más a su corazón. Él, conocedor de la fragilidad del espíritu humano, sabe comprender y perdonar siempre nuestra debilidad, espera la conversión continua del corazón y el reconocimiento de aquel a quien pertenece toda realeza y a quien todos los pueblos deben acatamiento, fidelidad y amor.

Comentario de Santo Evangelio: Mateo 1,1-17/1,16. 18-21.24a/1, 18-25), para nuestros Mayores. Genealogía y nacimiento de Jesús.
Hemos dividido el capítulo primero del evangelio de Mateo en las dos partes indicadas en el título. La primera recoge una genealogía fatigosa y, aparentemente al menos, innecesaria. A primera vista parece ser simplemente una lista de nombres de los ancestrales de Cristo sin ningún contenido teológico ni poder alguno de interpelación. ¿Por qué la antepone Mateo a su evangelio?

Sabemos, y nos lo ha recordado el Vaticano II, que Cristo es la plenitud de la revelación. El hecho de ser la plenitud de la revelación lo coloca inevitablemente en relación con la preparación de la misma, con todo el Antiguo Testamento. Mateo presenta su árbol genealógico para demostrarlo. Por eso, inmediatamente después de mencionar su nombre —nótese que es mencionado el nombre completo, «Jesucristo», que equivale a una fórmula de fe, Jesús es el Cristo, el Ungido, el Mesías— añade «hijo de David, hijo de Abraham». La genealogía nos introduce así tanto en el terreno de la historia como en el de la teología. Mateo quiere presentarnos al protagonista de su evangelio y, una vez que nos ha dicho su nombre, Jesucristo, con todo lo que significa —Jesús es el Cristo— se apresura a demostrar su afirmación.

El Mesías debería descender de David. Pues bien, Jesús desciende de David. Precisamente por eso divide la genealogía en tres partes compuestas cada una de catorce nombres. El centro de la misma lo ocupa David, por la razón que hemos apuntado. La genealogía, por otra parte, tiene mucho de artificial. Lo demuestra el simple hecho de colocar catorce nombres en cada una de las fases en que divide la prehistoria de Cristo. El número catorce, por ser el doble del siete, indica perfección y plenitud. Aquí significaría la perfección y providencia especial de Dios en la disposición de toda la historia salvífica anterior, que culmina en Cristo.

La razón apuntada anteriormente explica también la mención de Abraham. El origen de Cristo coincide y se remonta al principio mismo de Israel. Por la misma razón son mencionados, en la primera parte de la genealogía, Judá y sus hermanos, es decir, todo Israel. En la tercera parte se resume la historia de Israel, a partir del destierro babilónico, por idéntica razón: quiere abarcarse toda la historia de Israel: su origen, los momentos más importantes y la coronación o plenitud, que es Jesús.

El fin teológico de la genealogía permite a nuestro autor jugar con alguno de los nombres. Nosotros debemos descubrir su juego. Al mencionar al rey Asa, Mateo escribe Asaf, que, según el Salterio (Sal 73, 1; 75, 1...), compuso varios Salmos, y, en lugar de Amón, otro de los reyes de Israel, nuestro evangelista escribe Amós, que fue uno de los célebres profetas del pueblo de Israel. ¿No querrá decirnos Mateo, con este pequeño juego, que también los Salmos y profetas alcanzan su plenitud en Cristo?

La segunda parte del capítulo presenta el nacimiento de Cristo como algo absolutamente milagroso. María concibió a Jesús sin concurso de varón, por obra del Espíritu Santo. Y al mencionar al Espíritu Santo o al Espíritu de Dios, Mateo —como cualquier escritor judío— piensa en el poder creador de Dios. Afirmado el hecho —concepción milagrosa de Jesús—, Mateo se detiene con cierta amplitud en exponer las consecuencias del mismo. La primera es el natural desconcierto de José. María y José estaban desposados. Según la ley judía, esto quería decir que el contrato de matrimonio había sido sellado seria y firmemente. Unicamente faltaba la ceremonia de la boda, que culminaba llevando a la novia a vivir en la misma casa del novio. La ley judía no consideraba pecado serio la relación sexual habida entre los novios-desposados en el tiempo intermedio entre desposorios y casamiento. Más aún, en caso de que naciese un hijo en ese tiempo intermedio, era considerado por la ley como hijo legítimo.

Teniendo en cuenta la ley y costumbres judías, el estado de María únicamente creaba problemas a José... ¿Por qué? Creemos que él estaba al corriente de lo ocurrido. No vemos ninguna razón para que María, su esposa, no le hubiese informado de todo. Entonces, ¿por qué la duda? La duda de José no fue acerca de la culpabilidad o inocencia de María, sino sobre el papel que él personalmente tenía que jugar en todo aquello. Una intervención sobrenatural —aparece el motivo del ángel— se lo aclara: deberá poner el nombre al niño, es decir, deberá ser su padre legal (era el padre quien imponía el nombre) y entonces, conocido su papel en aquel matrimonio, cesa su turbación, desconcierto o duda.

El anuncio del ángel a José es un resumen completo del Nuevo Testamento: Jesús salvará al pueblo de sus pecados. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la expresión «perdón de los pecados» no significa el perdón de una falta concreta sino que es el resumen de toda la acción salvadora de Dios. Quiere decir esto que, con la aparición de Jesús, ha sido superada la separación entre Dios y el hombre. Porque él es «el Dios con nosotros», para nuestra salvación. Decir Jesús o salvador es exactamente lo mismo. El nacimiento de Jesús, su vida y actividad fue —y es— Dios con nosotros. Como lo había anunciado el profeta Isaías.

Comentario del Santo Evangelio Mt 1,1-2,23, de Joven para Joven. Genealogía y relatos de la infancia.
El evangelio según Mateo se abre con un título solemne: «Genealogía de Jesús, Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán» (v. 1), seguido de un larguísimo elenco de nombres de elevado significado teológico. El verbo que domina el pasaje es «engendrar», que, en su sentido más profundo, significa «crear por Dios», «crear en nombre de Dios». En efecto, las genealogías ejercen en las Escrituras el papel de interpretar la historia a partir de su fundamento, de la vida transmitida como bendición divina.

Entre las distintas genealogías bíblicas sólo hay una introducida de manera semejante a la de Mateo: se trata del «Libro de la generación de Adán», o sea, del «primer hombre», que, hecho a imagen y semejanza de Dios, engendra hijos comunicándoles esta misma semejanza (cf. Gn 5,1-32). Mateo, por consiguiente, recorre el río de las generaciones para indicar que la cadena de la transmisión de la vida a través de la carne y de la sangre se detiene en Jesucristo: con él comienza una nueva creación, obra del Espíritu (v. 18; cf. Jn 1,12s). Este cambio decisivo está indicado por el mismo verbo «engendrar» empleado en forma pasiva (v. 16).

En el texto aparece también la mención insólita de cuatro mujeres —además de María—, de las que tres son de origen extranjero y vivieron la maternidad en condiciones irregulares; se confirma así el aspecto universal de la Buena Noticia, implícito ya en el v. 1, así como su absoluta gratuidad. Allí, en efecto, se definió a Jesús como Mesías, hijo de David (por consiguiente, como el Mesías esperado por Israel), hijo de Abrahán (por consiguiente, como el verdadero hijo de la promesa), heredero de la bendición para todas las naciones.

Mateo atribuye un significado particular a la subdivisión de las generaciones en tres series de catorce (dos veces siete, número que indica la perfección), hasta el punto de hacer que salgan las cuentas sólo con un cierto artificio. El evangelista quiere demostrar que en Jesús ha llegado la plenitud de los tiempos, el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo y a todas las gentes.

El comienzo del evangelio según Mateo nos sorprende con su larga serie de nombres, en su mayoría desconocidos: nos encontramos frente a una cultura muy diferente de la nuestra y sentimos la tentación de tomar nuestras distancias. Con todo, si sentimos en nuestro corazón el deseo de entrar en la «Buena Nueva», entonces la genealogía, como la corriente de un río, nos empuja siempre más allá, hacia las profundidades del misterio de Dios, que no desdeña entrar él mismo en la historia humana para convertirla en una historia sagrada. Mientras los nombres se suceden, el verbo engendrar sigue igual, como para decir que los hombres pasan, pero la vida permanece; más aún, se renueva a través de la obra de quien la transmite. Así pues, a la espalda de cada uno de nosotros hay una historia, tal vez humilde y oscura, pero rica en bendiciones y en amor: tiene el rostro y el nombre de un padre, de un abuelo, de un bisabuelo... Es bueno hacer memoria de nuestras propias raíces para descubrir que se hunden en el terreno de un designio providencial, en el que nosotros tenemos un puesto único.

Empujados por el fluir de la genealogía, mientras discurre la historia sagrada bajo nuestra mirada, nos preguntamos cuál es el fruto que el Señor espera de nosotros... Indudablemente, uno de esos frutos —que debemos volver a descubrir en toda su grandeza y belleza— es precisamente la generación de la vida, la paternidad y la maternidad.

Más allá de la generación física, sin embargo, existe también una generación espiritual. Esta se hace posible cuando, olvidándonos de nosotros mismos, estamos dispuestos a ponernos a total disposición de Dios, para cooperar en su designio de salvación. En esta actitud de humilde disponibilidad encontró el Señor a María. Con su «sí» de fe y de amor comenzó una generación nueva, la de Jesús y la de todos los hijos de Dios; ella es, en efecto, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre de todos los hombres. Desde entonces continúa fluyendo el inmenso río de las generaciones, y sus aguas, vivificadas por el Espíritu, aunque pasan por valles ásperos e intransitables, se dirigen hacia el océano del Amor eterno, hacia la luz de la Santísima Trinidad.

Elevación Espiritual para este día.
Hoy en el evangelio se lee: «Libro de la genealogía de Jesucristo». En estas genealogías, nace todavía en nosotros, según el espíritu, la Sabiduría. Si deseas, pues, que Cristo nazca en ti, ten en ti y llénate de las genealogías de la Sabiduría, esto es, de Cristo. Ten en ti a Abrahán, Isaac y los demás mencionados en la genealogía de Cristo. Abrahán fue perfecto en la fe, Isaac fue el hijo de la promesa, Jacob vio cara a cara al Señor.

Tened por tanto en vosotros una fe perfecta y tendréis espiritualmente a Abrahán. Esperad en las promesas de los bienes futuros, despreciad los placeres de los bienes presentes, y tendréis a Isaac. Apresuraos cuanto podáis a la visión de Dios y tendréis a Jacob. Del mismo modo, si sois fervorosos de espíritu, tendréis a Abrahán, si permanecéis gozosos en la esperanza, tendréis a Isaac, si aguantáis pacientes en la tribulación, tendréis a Jacob (...). De este modo, si tenemos espiritualmente todos estos padres, de los que hoy habla el evangelio, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: «Seréis colmados de mis generaciones».

Reflexión Espiritual para el día.
Los largos y prodigiosos siglos que preceden al primer nacimiento no están vacíos de Cristo, sino penetrados por su potente influjo. Es la agitación de su concepción la que mueve las masas cósmicas. La preparación de su nacimiento es la que acelero el progreso del instinto y hace que el pensamiento desemboque en la tierra. No nos escandalicemos ingenuamente de la interminable espera que nos ha impuesto el Mesías.

Se requería nada menos que las espantosas y anónimas fatigas del hombre primitivo, la durable belleza egipcia, la espera inquieta de Israel, el perfume destilado del misticismo oriental, la sabiduría cien veces refinada de los griegos, para que del tronco de Jesé y de la humanidad germinase un retoño y pudiese abrirse la Flor.

Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente necesarias para que Cristo entrase en la escena humana. Y toda esta agitación se movía por el desvelo activo y creador de su alma en cuanto que esta alma era elegida para animar al Universo.

Cuando Cristo aparece en brazos de María, en él se elevaba todo el mundo.
No, yo no me escandalizo de estas esperas interminables y de estos largos preparativos. Todavía lo contemplo en el corazón de los hombres de hoy, que, de luz en luz, caminan lentamente hacia aquel que es la luz. Caminan hacia esta Palabra que ha sido pronunciada, pero todavía no escuchada, algo así como el esplendor de las estrellas que emplean tantos años para llegar a nuestros ojos

El rostro, pasajes, personajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Las bendiciones de Jacob.
Las llamadas «bendiciones de Jacob» tienen un lugar justificado en la historia de José, si uno se pone en la perspectiva de la versión sacerdotal, que la llama «historia de Jacob». Es la historia de su familia con él todavía a la cabeza. El viejo patriarca se encuentra convencionalmente en Egipto con sus hijos y ya cercano a la muerte. Igual que lo había hecho Isaac en ese trance (Gén 27), Jacob imparte su bendición, que es su herencia. Con las palabras de la bendición levanta el velo del futuro, y así la suerte de cada hijo está como fundada en la poderosa palabra del patriarca, que habla en nombre de Dios. La fuerza de esa bendición es la misma que la de la palabra de Dios: la palabra arrastra consigo su indefectible cumplimiento.

Las palabras de Jacob se definen en su prólogo como anuncio del futuro (Gén 49, 1) y en su epílogo como bendición (Gén 49, 28). Por su naturaleza son pequeños poemas tribales, que pueden proceder en parte del principio de la configuración de las tribus en la época de los Jueces; recibieron una forma cercana a la actual en la época de David, y su forma final al insertarse en el Pentateuco, en la época posexílica. Algunas de ellas presentan a las tribus bajo símbolos animales; aluden a acontecimientos de la época patriarcal y, sobre todo, de la época de la sedentarización; los acontecimientos aludidos son de tipo político y de tipo geográfico. En definitiva, describen suertes, diseñan caracteres, hacen juicio de las tribus, a veces condenatorio, como en el caso de Simeón y de Leví; pronostican destinos, que en parte son descripción del pasado y en parte proyectan la atención hacia adelante.

En el conjunto destacan por varias razones las bendiciones de Judá y de José, haciéndose eco de la preponderancia de estas tribus entre todas las otras, la de Judá en el sur y la de José (Efraim y Manasés) en el centro de Canaán.

La bendición de Judá procede probablemente de la tradición yahvista. Pronostica a esta tribu hegemonía y poder sobre sus enemigos y superioridad frente a sus hermanos. Su símbolo es el león, tal vez por ser éste el rey del bosque. Habla de Judá en términos de cetro y de bastón de mando, que son los símbolos de la realeza. En ello hay una alusión inconfundible a la monarquía de David, el que sometió a todos los pueblos vecinos, formando un pequeño imperio, y el que rigió los destinos de todas las tribus, integradas por él en una estructura nacional.

Si todo esto aparece como descripción de una realidad que ya es, hay también en esa bendición una dimensión formal de futuro, una promesa de realeza duradera, de alcance universalista. La ambigüedad o la plurivalencia del lenguaje han dado lugar a una lectura del pasaje como anuncio mesiánico. Lo discutible y difícil es saber si esa lectura, aparte de lo que digan o puedan decir las palabras mismas, estuvo en la intención de alguno de los autores, transmisores o redactores responsables de la presencia de este texto en el Génesis, o si esa lectura quedó posibilitada en el tenor mismo del texto para más adelante.

Hay en el texto una frase particularmente discutida, que en el esfuerzo interpretativo fue tomada como eje: “Hasta que le traigan tributo”. Entre otras posibilidades de lectura del texto hebreo subyacente son de recordar éstas: «Hasta que vaya a Silo», aludiendo al ir de David desde su propia tribu de Judá al centro anfictiónico de Silo y con ello establecerse como rey de todo Israel; «Hasta que venga Silo», refiriéndose al traslado del símbolo anfictiónico del arca desde Silo a Jerusalén, y con ello legitimar sacramentalmente la monarquía de David, que ha hecho de Jerusalén su capital; «Hasta que venga aquél a quien le pertenece» (puntuando el término discutido en la forma sell, de él, al que le pertenece), afirmando con ello que la realeza de David se alargará hasta aquél a quien verdaderamente le es propia la realeza, el Mesías; «Hasta que le traigan tributo», es la lectura aquí adoptada; se funda en la puntuación del término aludido en la forma sy-lô, tributo a él.

Independientemente de esa palabra que es clave de la interpretación literal del texto, hay en la bendición de Judá una mirada clara al futuro, bajo el símbolo de la realeza; esa mirada dirige hacia una acción duradera de Dios en su pueblo y hacia el universalismo en la concepción de ese pueblo. En lugar de la promesa patriarcal o asumiéndola se insinúa aquí el símbolo real como eje de la acción de Dios en la historia. Es la alianza davídica insertada en la alianza patriarcal.+

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